3 María guardaba todas estas cosas y las ponderaba en su corazón

Día tercero

María guardaba todas estas cosas y las ponderaba en su corazón(Lc 2, 19)
  

La oración de la Virgen

       María, por su parte, guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón.[1]  Por dos veces el Evangelista hace referencia a esta actitud de la Virgen ante los acontecimientos que suceden: en la Nochebuena de Belén, y en Nazareth a la vuelta de Jerusalén, después de encontrar a Jesús en el Templo. La insistencia de San Lucas parece ser el eco de la repetida reflexión de María, que debió contar a los Apóstoles.

                La Virgen conserva y medita. Sabe de recogimiento interior, y valora, guarda en su intimidad y hace tema de su oración los sucesos grandes y pequeños de su vida. Esta plegaria de María es como el aroma de la rosa "que constantemente se eleva hacia Dios. Esta elevación suya no cesa jamás, tiene una frescura igual a la primera; es siempre jubilosamente nueva y virginal. Si la brisa de nuestras plegarias o los vientos tormentosos de este mundo pasan junto a Ella y la rozan, el perfume de la oración se levanta entonces más fuerte y perceptible; se convierte en intercesora incluyendo nuestra oración en la suya para presentarla al Padre en Cristo Jesús, su Hijo".[2]
                Cuando estaba aquí en la tierra todo lo hacía en referencia a su Hijo. Cada vez que hablaba a Jesús oraba, pues eso es la oración: hablar con Dios.
                En las bodas de Caná, nos enseña con qué delicadeza e insistencia se debe pedir. "Era su Madre, le había acunado en sus brazos, y, con todo, se abstiene de indicarle lo que puede hacer. Expone la necesidad y deja todo lo demás a su arbitrio, segura de que la solución que dé al problema, cualquiera que sea, y en cualquier sentido, es la mejor, la más indicada, la que lo resuelve de manera más conveniente. Deja al Señor el campo totalmente libre para que haga sin compromisos ni violencias su voluntad, pero es porque Ella estaba segura de que su voluntad era lo más perfecto que podía hacerse y lo que de verdad resolvía el asunto. No le ata las manos forzándole a adoptar un camino, a hacer algo determinado: confía en su sabiduría, en su superior conocimiento, en su visión más amplia y profunda de las cosas que abarca aspectos y circunstancias que Ella podía, quizá, desconocer. Ni siquiera se planteó Nuestra Señora la cuestión de que a lo mejor Él no consideraba conveniente intervenir: expone lo que ocurre y lo deja en sus manos. Y es que la fe deja a Dios comprometido con más fuerza que los argumentos más sagaces y contundentes"[3]
                Al pie de la Cruz nos anima a estar siempre junto a Cristo, en oración silenciosa, en los momentos más duros de la vida. La última noticia que de Ella nos dan los Hechos de los apóstoles recoge su oración junto a los Apóstoles[4], a la espera de Pentecostés. El mismo Jesús debió de aprender muchas oraciones de labios de su Madre que se habían transmitido en el pueblo de Israel de generación en generación.
                "El Santo Evangelio, brevemente, nos facilita el camino para entender el ejemplo de Nuestra Madre: María conservaba todas estas cosas dentro de sí, ponderándolas en su corazón[5] . Procuremos nosotros imitarla, tratando con el Señor, en un diálogo enamorado, de todo lo que nos pasa, hasta de los acontecimientos más menudos. No olvidemos que hemos de pesarlos, valorarlos, verlos con ojos de fe, para descubrir la Voluntad de Dios"[6]  A eso ha de llevarnos nuestra meditación diaria: a identificarnos plenamente con Jesús; a darle un contenido divino a los pequeños acontecimientos diarios.
                Este recorrido por su vida nos permite reconocer que la oración de Santa María experimentó un vuelco extraordinario a partir de la Anunciación. La vinculación estrechísima con su Dios se enriquece. Es la primera que inicia esa relación entrañable con el Creador a través del Verbo Encarnado.

                  La alegría del Evangelio radica en esa amistad personal con ese Dios tan cercano que sale a nuestro encuentro.[7]
                Lo esencial en la vida de todos los cristianos, desde María hasta ahora, ha sido el ser personas enamoradas de Dios. Gente que se atrevió a abrir la puerta del corazón, como plasmaba el pintor inglés en su cuadro, para corresponder a esa llamada a la amistad que nos brinda Jesús constantemente.

                Lo central de la vida cristiana, como nos explicó el Papa Francisco en la Lumen Fidei, es la amistad personal con Jesucristo, amistad que pasa por la oración personal, por el Evangelio y por los encuentros sacramentales: Penitencia y Eucaristía.[8]

                ¿Madre, cuál es el mejor libro  para orar? Sin duda, la Sagrada Escritura, comenzando por el Evangelio, que proyecta su claridad sobre todas las páginas de la Biblia. El evangelio es Palabra para nosotros y para cada una de las mujeres y hombres que pueblan la tierra. Hace años descubrí que el mejor regalo que podemos hacer por estas fechas a todos, sean creyentes o no, es el evangelio. El evangelio del año 2014. Y animar a todos a leerlo con buena voluntad, la actitud que pidieron los ángeles  a los pastores de Belén. Hacedlo y os asombraréis de los resultados.
¿Y cuál es, Madre, el mejor lugar para orar? El sagrario, nos contesta Santa María.

                En una biografía del Emperador Carlos V, se cuenta que el citado monarca estaba un día rezando en su oratorio cuando le avisaron  que quería verle un embajador suyo, el cual tenía asuntos importantes que comunicarle. El Emperador dijo al que dio este aviso: Decidle a ese embajador que estoy con otro asunto más importante. Me ha recibido en audiencia el Rey de reyes. Y  continuó haciendo su oración. Tenemos todos un avisador que hay que silenciar en ese momento cumbre del día. Procuremos apagar el móvil durante nuestra oración personal.

                ¿Cómo era la piedad eucarística de la Virgen? Santa María no estuvo en la última Cena pero siguió muy de cerca la institución de la Eucaristía.  Su unión inefable con Jesús crucificado y el encuentro entrañable con el Resucitado, nos permiten afirmar que nadie como Ella tenía un profundo conocimiento y unión con el misterio Pascual cuya celebración instituye el Señor en la Última Cena.

                ¿Cuál sería la actitud de la Virgen al asistir a la Eucaristía y recibir la comunión de manos de San Juan? Porque debió ser así si el discípulo cuidó especialmente de Ella por mandato expreso del Señor en la Cruz. La referencia aparece en los Hechos de los Apóstoles cuando San Lucas nos narra la fidelidad, alegría, caridad y vibración apostólica de los primeros cristianos y nos explica sus causas. Entre ellas su perseverancia en la oración, en la asistencia a la Eucaristía (la fracción del Pan, como la llamaban), junto a Santa María.

                Ese recuerdo fue pasando como tesoro precioso de unos cristianos a otros a lo largo de los siglos. San Josemaría lo recibió al aprender en su colegio, cuando era niño, una plegaria de comunión espiritual que lo refleja: "Yo quisiera Señor recibiros, con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el Espíritu y fervor de los santos".

                La piedad eucarística que nos regala nuestra Madre incide directamente en el apostolado, la forma más alta de caridad. Los primeros discípulos llevaban a Jesús a sus amigos y conocidos. Nos invita a nosotros a hacer lo mismo ahora.

                El Papa Benedicto contaba una anécdota muy ilustrativa. "A principios del s. IV, el culto cristiano estaba todavía prohibido por las autoridades imperiales. Algunos cristianos del Norte de África, que se sentían en la obligación de celebrar el día del Señor, desafiaron la prohibición. Fueron martirizados mientras declaraban que no les era posible vivir sin la Eucaristía, alimento del Señor: sine dominico non possumus".[9]

                No hace mucho dos amigos pasaban por la plaza de la Reina. Uno de ellos comentó: Voy a hacer una Visita al Santísimo a la catedral, me acompañas. Prefiero esperarte fuera, le contestó el otro. A la salida le preguntó, con cierto tono festivo, ¿qué te ha dicho? Y su amigo sonriendo le respondió: Me ha dicho que te espera.

                La oración de los cristianos
                Santa María nos ayuda a conocer e imitar el diálogo íntimo de Jesús con su Padre. Un diálogo continuo: para pedir, para alabar, para dar gracias, en toda circunstancia. En muchas ocasiones,  Jesús se separaba de los hombres y se refugiaba a solas en un trato íntimo con su Padre. Todos los grandes momentos de la vida del Señor están precedidos por estos largos ratos de oración. "El Evangelista señala que fue precisamente durante la oración de Jesús cuando se manifestó el misterio del amor del Padre y se reveló la comunión de las Tres Divinas Personas. Es en la oración donde aprendemos el misterio de Cristo y la sabiduría de la cruz. En la oración percibimos, en todas sus dimensiones, las necesidades reales de nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo, en la oración nos fortalecemos de cara a las posibilidades que tenemos delante; en la oración nos fortalecemos para la misión que Cristo comparte con nosotros"[10].

                D. Álvaro, anterior prelado del Opus Dei refiere  la confidencia de San Josemaría en su último cumpleaños en la tierra (9.I.1975): "Hoy he hecho el propósito de recomenzar a aprender a hacer oración. La amistad con Dios requiere de nuestra parte esa correspondencia amorosa que se traduce en ese acertado comenzar y recomenzar nuestro diálogo con el Señor.

                Una de las gracias que han obtenido muchos cristianos del Año de la Fe ha sido la de ahondar en la realidad del encuentro cara a cara con el Señor que se produce en cada rato de oración.

                Hemos de aprender a tratar al Señor a través de la oración mental -esos ratos que dedicamos de modo exclusivo a hablarle calladamente de nuestros asuntos, a darle gracias, a pedirle ayuda...- y mediante la oración vocal, quizá también con oraciones aprendidas de pequeños de nuestra madre. No encontraremos a lo largo de nuestra vida a nadie que nos escuche con tanto interés y con tanta atención como Jesús; nadie ha tomado nunca tan en serio nuestras palabras como Él. Nos mira, nos atiende, nos escucha siempre con extremado interés. Nunca encontraremos a nadie cuyas palabras sean tan enriquecedoras, tan acertadas, tan alentadoras como las que nos dirige el Señor. La más alta aspiración del hombre es poder hablar con Jesús, hacer oración. Pero la oración supone confianza, veneración y respeto. Santa María nos ayuda a descubrir y seguir el camino de la oración que nos lleva a ser amigos de Dios
                El aroma de nuestra oración ha de subir constantemente a nuestro Padre Dios. Es más, le pedimos a Nuestra Señora que ya está en el Cielo en cuerpo y alma que diga a Jesús constantemente cosas buenas de nosotros: Recordare, Virgo Mater..., in conspectu Domini, ut loquaris pro nobis bona... Acuérdate, Madre de Dios, cuando estés en la presencia del Señor, de hablarle cosas buenas de nosotros[11]. Y Ella, desde el Cielo, nos alienta siempre a no dejar jamás la oración, el trato con Dios, pues es nuestra fortaleza diaria.
                La oración nos hace fuertes contra las tentaciones. A veces, podremos oír también nosotros las mismas palabras que Jesús dirigió a sus discípulos en Getsemaní: ¿Por qué dormís? Levantaos y orad para no caer en tentación[12]. Hemos de rezar siempre, pero hay momentos en los que debemos intensificar esa oración, cuidarla mejor, esmerarnos en prestar más atención..., porque quizá son mayores las dificultades familiares o laborales, o son más fuertes las tentaciones. Ella nos mantiene vigilantes ante el enemigo que acecha, nos ayuda a trabajar mejor, a cumplir las obligaciones y deberes con la familia y con la sociedad, a tratar mejor a los demás.
                La Virgen Santa María nos enseña hoy a ponderar en nuestro corazón, a darle sentido en la presencia de Dios a todo aquello que constituye nuestra vida: lo que nos parece una gran desgracia, las pequeñas penas normales de toda vida, las alegrías, el nacimiento de un hijo o de un hermano, la muerte de un ser querido, las incidencias del trabajo o de la vida familiar, la amistad... También, como María, nos acostumbramos a buscar al Señor en la intimidad de nuestra alma en gracia. "Gózate con Él en tu recogimiento interior. Alégrate con Él, ya que le tienes tan cerca. "Deséale ahí; adórale ahí; no vayas a buscarle fuera de ti porque te distraerás y cansarás y no le hallarás; no le podrás gozar con más certeza, ni con más rapidez ni más cerca que dentro de ti"[13].
                Ninguna persona de este mundo ha sabido tratar a Jesús como su Madre; y, después de Ella, San José, quien pasó largas horas mirándole, contemplándole, hablando con Él de las pequeñas incidencias de un día cualquiera, con sencillez y veneración. Si acudimos a ellos con fe al comenzar nuestro diálogo habitual con el Señor, experimentaremos enseguida su eficaz ayuda.

                La oración nace de lo más profundo del corazón humano. Es conmovedor el testimonio de Alexander, un soldado ruso que murió en el frente, en la segunda guerra mundial. En el bolsillo de su guerrera encontraron una oración conmovedora. De ella son estas frases:

Desde pequeño me han dicho siempre que Tú no existes...
Y yo, como un idiota, lo he creído.
Nunca he contemplado tus obras,
pero esta noche he visto desde el cráter de una granada el cielo lleno de estrellas
y he quedado fascinado por su resplandor.
En ese instante he comprendido qué terrible es el engaño...
No sé, oh Dios, si me darás tu mano,
pero te digo que Tú me entiendes...[14]

                Las oraciones vocales
                En la oración mental tratamos al Señor de modo personal, entendemos lo que quiere de nosotros, vemos con más profundidad el contenido de la Sagrada Escritura, pues "crece la comprensión de las palabras y de las cosas transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón"[15].
                Junto a ese "ponderar las cosas en el corazón", la oración vocal es muy grata al Señor, como lo fue sin duda la de la Virgen, pues Ella recitaría sin duda salmos y otras fórmulas contenidas en el Antiguo Testamento, propias del pueblo hebreo[16]. Cuando comenzamos el trabajo, al terminarlo, al caminar por la calle, al subir o bajar las escaleras..., se enciende el alma con las oraciones vocales y se convierte nuestra vida, poco a poco, en una continuada oración: el Padrenuestro, el Avemaría, jaculatorias que nos han enseñado o que hemos aprendido al leer y meditar el Evangelio, expresiones con que muchos personajes pedían al Señor la curación, el perdón o su misericordia, y otras que inventó nuestro amor.
                Algunas las aprendimos de niños: "son frases ardientes y sencillas, enderezadas a Dios y a su Madre, que es Madre nuestra. Todavía -recordaba San Josemaría-, por las mañanas y por las tardes, no un día, habitualmente, renuevo aquel ofrecimiento que me enseñaron mis padres: ¡oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente a Vos. Y, en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón... ¿No es esto de alguna manera un principio de contemplación, demostración evidente de confiado abandono?".[17]
                "El corazón se desahogará habitualmente con palabras, en esas oraciones vocales que nos ha enseñado el mismo Dios, Padre nuestro, o sus ángeles, Ave María. Otras veces utilizaremos oraciones acrisoladas por el tiempo, en las que se ha vertido la piedad de millones de hermanos en la fe: las de la liturgia –lex orandi–, las que han nacido de la pasión de un corazón enamorado, como tantas antifonas marianas: Sub tuum praesidium..., Memorare..., Salve Regina"[18]. No dejemos que se pierdan esas bellísimas oraciones; cumplamos el deber de enseñarlas a otros. De modo muy particular podemos cuidar el Santo Rosario en estos días de la Novena, la oración tantas veces recomendada en la Iglesia.
                Un joven universitario se sienta en el tren frente a un señor de edad. Este, en un determinado momento, sacó un rosario y se puso a rezarlo devotamente.

                El muchacho, con la arrogancia de los pocos años y la pedantería de la ignorancia, le dijo:
-Parece que aún cree usted en esas antiguallas...
-Yo sí. ¿Tú no?.
-¿Yo? –dice el joven lanzando una carcajada- La ciencia ya ha demostrado claramente que la religión carece de toda base y fundamento.

-¿La ciencia? No lo entiendo así. ¿Tal vez podrías explicármelo?.
-Con mucho gusto- dice el joven henchido de importancia y con aire protector- Deme su dirección y le mandaré un par de libros para que se ponga al día.

                El anciano saca de la cartera una tarjeta de visita y se la alarga al joven. Este lee abochornado: “Luis Pasteur. Instituto de Investigaciones Científicas. París ”. Todo un ejemplo del sabio investigador:  rezar, escuchar, comprender y perdonar. Y regalando el mayor tesoro que tenemos: la fe en Jesucristo a través de María.
                Hagamos en este día el propósito de cuidar mejor nuestro rato de meditación diaria y las oraciones vocales, especialmente el Santo Rosario, con el que alcanzaremos tantas gracias para nosotros y para aquellos que queremos acercar al Señor.

                 El Padre Hubert Schiffer fue uno de los jesuitas de la comunidad religiosa  de Hiroshima. Tenía 30 años cuando explotó la bomba atómica en esa ciudad y vivió otros 33 años mas de buena salud. El narró sus experiencias en Hiroshima durante el Congreso Eucarístico que se llevó a cabo en Filadelfia (EU) en 1976. En aquel entonces, los ocho miembros de la comunidad Jesuita estaban todavía vivos. El Padre Schiffer fue examinado e interrogado por más de 200 científicos que fueron incapaces de explicar cómo él y sus compañeros habían sobrevivido. Él lo atribuyó a la protección de la Virgen María y dijo: "Yo estaba en medio de la explosión atómica... y estoy aquí todavía, vivo y a salvo. No fui derribado por su destrucción."
                Además, el Padre Shiffer mantuvo que durante varios años, cientos de expertos e investigadores estudiaron las razones científicas del porqué la casa, tan cerca de la explosión atómica, no fue afectada. El explicó que en esa casa hubo una sola cosa diferente: "Rezábamos el rosario diariamente en esa casa".[19] 

                ¡Por qué rezar el rosario? Porque la Virgen María es tu Madre. Porque Ella nos lo ha recomendado personalmente, a través de testigos elegidos, muchas veces. Porque basta cruzar nuestros ojos con los de Santa María para acabar sonriendo y ver que muchas cosas empiezan a resolverse. Porque basta tener una estampa cercana de la Virgen en el lugar de estudio o trabajo para sentir su aliento, su cariño, su fortaleza (en Xabec muchos alumnos son  testigos de ello). En este vídeo encontrarás otros porqués en boca de muchos.[20]






[1] Lc 2, 19, Lc 2, 51.
[2] F. M. MOSCHNER, Rosa mística, p. 201.
[3] F. SUAREZ, La Virgen Nuestra Señora, pp. 266 - 267.
[4] Hch 1, 14.
[5] Lc 2, 19
[6] San Josemaría, Amigos de Dios, 285.
[7] Papa Francisco, Evangelii Gaudium n. 1
[8] cfr. Papa Francisco, Lumen Fidei, n. 31
[9] Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis n. 95
[10] Beato Juan Pablo II, Hom. 13-1-1981
[11] Cfr. Graduale Romanum, 1979, p. 422.
[12] Lc 22, 46.
[13] San Juan de la Cruz, Cántico espiritual,1, 8.
[15] CONC. VAT. II, Const. Dei Verbum, 8.
[16] Cfr. F. M. WILLAM, Vida de María, p. 160.
[17] San Josemaría, Amigos de Dios, 296.
[18] San Josemaría, Es Cristo que pasa, 119