5 En mi toda esperanza de vida y de virtud

Día quinto

En mi toda esperanza de vida y de virtud (Eccl 24, 28)

La Virgen y el sacramento de la Penitencia

El Papa Francisco nos dice: "María siempre nos lleva a Jesús. Es una mujer de fe, una verdadera creyente. ¿Cómo es la fe de María?

El primer elemento de su fe es éste: La fe de María desata el nudo del pecado. ¿Qué significa esto? Los Padres conciliares han tomado una expresión de san Ireneo que dice así: “El nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe, lo desató la Virgen María por su fe”.


El “nudo” de la desobediencia, el «nudo» de la incredulidad. Cuando un niño desobedece a su madre o a su padre, podríamos decir que se forma un pequeño “nudo”.

Esto sucede si el niño actúa dándose cuenta de lo que hace, especialmente si hay de por medio una mentira; en ese momento no se fía de la mamá o del papá. ¡Cuántas veces pasa esto! Entonces, la relación con los padres necesita ser limpiada de esta falta y, de hecho, se pide perdón para que haya de nuevo armonía y confianza.

Algo parecido ocurre en nuestras relaciones con Dios. Cuando no lo escuchamos, no seguimos su voluntad, cometemos actos concretos en los que mostramos falta de confianza en él – y esto es pecado –, se forma como un nudo en nuestra interioridad.

Estos nudos nos quitan la paz y la serenidad. Son peligrosos, porque varios nudos pueden convertirse en una madeja, que siempre es más doloroso y más difícil de deshacer.

Pero para la misericordia de Dios nada es imposible. Hasta los nudos más enredados se deshacen con su gracia. Y María, que con su “sí” ha abierto la puerta a Dios para deshacer el nudo de la antigua desobediencia, es la madre que con paciencia y ternura nos lleva a Dios, para que él desate los nudos de nuestra alma con su misericordia de Padre".[1]
                Explicaban a un chavalín la historia de Judas, su remordimiento y el triste final al colgarse de un árbol.
-Tú, si hubieses tenido la enorme desgracia de traicionar a Jesús, ¿habrías hecho como Judas?
-Pues sí...
Consternación.
-¿Habrías ido a colgarte como él?
-Pues, sí, ya lo creo... Solamente que yo, en vez de colgarme de un árbol, habría ido a colgarme del cuello de Jesús suplicándole que me perdonase.
                Santa María nos impulsa a colgarnos del cuello de Jesús, como hizo este chaval.

Desde muy antiguo fue costumbre en algunos lugares representar a Nuestra Señora con un gran manto debajo del cual se encuentran, con rostros de paz, todo género de gentes: papas y reyes, comerciantes y campesinos, hombres y mujeres... A algunos, que no se cobijaron bien bajo este manto protector, se les ve heridos por alguna flecha: al perezoso se le representa sentado y con la flecha en una pierna anquilosada, el goloso con el plato en la mano y la flecha en el vientre....[2] Refugium pecatorum: desde siempre los cristianos la han visto como amparo y refugio de los pecadores, donde acudimos a protegernos, como por instinto, en momentos de mayor tentación o mayores dificultades, o cuando quizá no hemos sido fieles al Señor. Ella es el atajo que nos facilita la vuelta rápida a Jesús.

                En los primeros siglos de nuestra fe, los Santos Padres, al tratar del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, afirmaron con frecuencia que el seno virginal de María fue el lugar donde se realizó la paz entre Dios y los hombres.  Ella, por su especialísima unión con Cristo, ejerce una maternidad sobre los hombres que consiste en «contribuir a restaurar la vida sobrenatural en las almas»[3]; por esta maternidad, forma parte muy especial del plan querido por Dios para librar al mundo de sus pecados.  Para eso, «se consagró totalmente como esclava del Señor a la Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo bajo Él y con Él al misterio de la redención»[4], estuvo asociada a la expiación de Cristo por todos los pecados del mundo, padeció con Él y fue corredentora en todos los momentos de la vida de Jesús, y de modo muy particular en el Calvario, donde ofreció a su Hijo al Padre y Ella se ofreció juntamente con Él: «Verdaderamente María se ha convertido en la aliada de Dios en virtud de su maternidad divina- en la obra de la reconciliación»[5]. Por esto, suelen comentar muchos teólogos que María está presente, de algún modo,  en la Confesión sacramental, donde se nos conceden particularmente las gracias de la redención. «SI alguien separa del sacramento de la penitencia la coexpiación de María, introduce entre Ella y Cristo una división que ni existió nunca ni puede ser admitida (... ), puesto que es Cristo mismo quien asume en su expiación toda la cooperación expiatoria de su Madre»[6].

                Comentaba un joven estudiante a un compañero de clase:
Anoche mi madre y yo estábamos sentados en la sala de estar hablando de cosas de la vida... entre otras... estábamos hablando de la "muerte digna".
Le dije: 'Mamá, nunca me dejes vivir en estado vegetativo, dependiendo de máquinas y líquidos de una botella.. Si me ves en ese estado, desenchufa los artefactos que me mantienen vivo. PREFIERO MORIR'.
¡¡Entonces, mi madre se levantó con cara de admiración... y me desenchufó el televisor, el DVD, el cable de Internet, el PC , el mp3/4, la Play-2 , la PSP, la WII, el teléfono fijo, me quitó el móvil, la ipod, el Blackberry y me tiró todas las cervezas!!!
¡¡No te lo puedes imaginar!!...¡¡¡¡CASI ME MUERO!!!!

Entre bromas y veras habría que pensar en desenchufarse de algo..... y no sólo los jóvenes.

                El camino de la conversión requiere un examen valiente y sincero. La Virgen lo facilita y nos ayuda a volver a Jesús.
                Muy cerca de la Confesión se encuentra María: está presente en el camino que lleva a este encuentro sacramental con Jesús, disponiendo  el corazón para que, con humildad, sinceridad y arrepentimiento, se abra a la misericordia divina. La Virgen ejerce una labor maternal importantísima, facilitando el camino de la sinceridad y moviendo suavemente hacia esa fuente de gracia y perdón.  En el apostolado de la Confesión, Ella es la primera aliada.  Si alguna vez avergüenzan particularmente las faltas cometidas, es el primer Refugio al que acudir.  Y Ella, poco a poco, hace fácil lo que al principio quizá resultaba difícil.  Si un hijo se ha alejado de la casa paterna, ¿qué madre no estaría dispuesta a facilitarle el regreso? «La Madre de Dios, que buscó afanosamente a su Hijo, perdido sin culpa de Ella, que experimentó la mayor alegría al encontrarle, nos ayudará a desandar lo andado, a rectificar lo que sea preciso cuando por nuestras ligerezas o pecados no acertemos a distinguir a Cristo.  Alcanzaremos así la alegría de abrazarnos de nuevo a Él, para decirle que no lo perderemos más».[7]
                Durante muchos años Juan Pablo II bajaba a confesar a la Basílica de San Pedro el Viernes Santo. Con ese gesto quería recordar a los sacerdotes la importancia de dedicar muchas horas al confesionario y a todos los fieles la importancia de acudir con frecuencia a este sacramento. Para amar más la confesión el Papa aconsejaba a acudir a la Virgen.

Santa María, Refugio de los pecadores, refugio nuestro, danos el instinto certero de acudir a Ti cuando nos hayamos alejado, aunque sea poco, del amor de tu Hijo.  Danos el don de la contrición.

 La misericordia de María
Siempre es posible el perdón.  El Señor desea nuestra salvación y la limpieza de nuestra alma más que nosotros mismos.  Dios es todopoderoso, es nuestro Padre y es Amor.  Y Jesús dice a todos, y a nosotros también: no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores[8]. Él nos llama y en esta Novena con más fuerza-- para que, con la ayuda de su Madre, nos despeguemos del egoísmo, de pequeños rencores, de faltas de amor, de juicios precipitados sobre los demás, de faltas de desprendimiento... Debemos acercarnos a la Inmaculada con un corazón más limpio.  En la intimidad del corazón, debemos sentir esa llamada a una mayor pureza interior. Una tradición muy antigua narra la aparición del Señor a San Jerónimo.  Jesús le dijo: Jerónimo, -qué me vas a dar?; a lo que el Santo respondió: Te daré mis escritos.  Y Cristo replicó que no era suficiente. ¿Qué te entregaré entonces? ¿mi vida de mortificación y de penitencia? La respuesta fue: Tampoco me basta. ¿Qué me queda por dar?, preguntó Jerónimo. Y Cristo le contestó: Puedes darme tus pecados, Jerónimo.[9]  A veces puede costar reconocer ante Dios los pecados, las flaquezas y los errores: darlos sin envoltura alguna, como son, sin justificación, con sinceridad de corazón, llamando a cada cosa por su nombre.  Dios los toma porque es lo que nos separa de Él y de los demás, lo que nos hace sufrir, lo que impide una verdadera vida de oración.  Dios los desea para curarnos, para perdonarlos, y darnos su vida divina.

Enseña San Alfonso Mª de Ligorio que el principal oficio que el Señor encomendó a la Virgen es ejercitar la misericordia, y que todas sus prerrogativas las pone María al servicio de la misma[10]. Jesús no tiene memoria, dice Van Thuam para ejemplificar la misericordia infinita de Dios.(10bis)
Resulta sorprendente la insistencia de Jesús en su llamada a los pecadores, pues el Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido[11]. A través del ejercicio de esta actitud misericordiosa para con todos, le conocieron muchos de quienes vivieron cerca de Él: los fariseos y los escribas murmuraban -y decían: éste recibe a los pecadores y come con ellos[12].  Y, ante el asombro de todos, libra a la mujer adúltera de la humillación a que está siendo sometida, y luego la despedirá, perdonada, con estas sencillas palabras: Vete y no peques más[13].  Siempre es así Jesús.  Nunca entre en nuestra mente -recomendaba el Cardenal Newman- la idea de que Dios es un amo duro, severo[14]. Esta imagen es la que se puede formar quien se comportara de esa manera -con enfado, con dureza, con frialdad-, quien se sintiera ofendido por otro. Pero Dios no es así, nos quiere más, nos busca más cuanto peor es nuestra situación.

                A mediados del siglo pasado, en la ciudad actual de Dutoispan, donde se hallan las minas de diamantes de Sudáfrica, había entonces sólo una granja. Su dueño se llamaba Van Wick, y la casa la había construido él solo con guijarros, barro y arena: era realmente pobre. 

                Un día, por la tarde, volvía caminando del campo, después de una fuerte tormenta, cuando vio algo que llamó su atención. No daba crédito a lo que veían sus ojos. El agua había limpiado la suciedad de las paredes de su casa y aquella pobre barraca, brillaba y resplandecía al sol del atardecer ¿Qué podía ser aquello? Eran piedras preciosas que procedían de lo que luego sería la primera mina de diamantes. Estaban mezcladas con el barro que había utilizado en la construcción. Así se descubrió la primera mina.

                Nuestra alma es como una valiosísima piedra que es preciso tallar, limpiar. No podemos conformarnos con ser un guijarro sucio. Tenemos que ser conscientes de que, con la gracia de Dios -que es como la lluvia que purifica-  y nuestro esfuerzo, se puede convertir en una piedra preciosa. Para ello contamos con la ayuda constante de nuestra Señora.

María nos dispone a recibir las gracias que el Señor nos tiene preparadas. "¿No será María un suave y poderoso estímulo para superar las dificultades inherentes a la Confesión sacramental?  Más aún, ¿no invita Ella a la aceptación de esas dificultades para transformarlas en medio de expiación de las culpas propias y ajenas?».[15] Acudamos siempre a Ella mientras nos preparamos y disponemos a recibir este sacramento.

Santa María, «Esperanza nuestra, míranos con compasión, enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos a levantarnos, a volver a Él, mediante la confesión de nuestras culpas y pecados en el Sacramento de la Penitencia, que trae sosiego al alma».[16]

                Refugio de los cristianos

La palabra refugio viene del latín fugere, huir de algo o de alguien... Cuando se acude a un refugio se huye del frío, de la oscuridad de la noche, de una tormenta; y se busca seguridad, abrigo y resguardo. Cuando acudimos a Nuestra Señora, encontramos la única protección verdadera contra las tentaciones, el desánimo, la soledad... Muchas veces sólo el hecho de comenzar a rezarle es suficiente para que la tentación desaparezca, para recuperar la paz y el optimismo.  Si en algún momento encontramos más dificultades y las tentaciones aprietan, hemos de acudir con prontitud a la Virgen. «Todos los pecados de tu vida parece como si se pusieran de pie. -No desconfíes. -Por el contrario, llama a tu Madre Santa María, con fe y abandono de niño.  Ella traerá el sosiego a tu alma».[17]
En Ella siempre encontraremos cobijo y protección.  Ella «consuela nuestro temor, mueve nuestra fe, fortalece nuestra esperanza, disipa nuestros temores y anima nuestra pusilanimidad».[18]  Sus hijos, percibiendo su amor de madre, se refugian en Ella implorando perdón, y «al contemplar su espiritual belleza se esfuerzan por librarse de la fealdad del pecado, y al meditar sus palabras y ejemplos se sienten llamados a cumplir los mandatos de su Hijo».[19]
Recordando que María desata los nudos del corazón nos dice el Papa: "Cada uno de nosotros tiene algunos de estos nudos y podemos preguntarnos en el corazón: ¿Qué nudos hay en mi vida. ¡Padre, los míos no se pueden desatar! ¿Pues estás equivocado! Todos los nudos del corazón, todos los nudos de la conciencia pueden deshacerse. ¿Le pido a María que me ayude a confiar en la misericordia de Dios, para deshacerlos, para cambiar? Ella, mujer de fe, sin duda nos dirá: ' sigue adelante, dirígete al Señor: Él te comprende'. Y Ella nos lleva de la mano- Madre, Madre- hacia el abrazo del Padre, del Padre de la misericordia".[20]
Madre mía, Refugio de los pecadores, enséñanos a reconocer nuestros pecados y a arrepentirnos de ellos.  Sal a nuestro encuentro cuando nos resulte difícil el camino de vuelta hasta tu Hijo, cuando nos sintamos perdidos.





[1] Francisco, Catequesis 12.10.13
[2] Cfr.  M. TRENS, María. Iconografía de la Virgen en el arte españoll, pp. 274 ss.
[3] CON.VAT. II, Const. Lumen gentium, 61.
[4] Ibídem, 56.
[5] Beato Juan Pablo II, Exhort. Apost. Reconciliatio et Paenitentia, 2-XII-1984, n. 35.
[6] A. BANDERA, La Virgen María y los sacramentos, Rialp, Madrid 1978, p. 173
[7] San Josemaría, Amigos de Dios, 278
[8] Mt 9, 13
[9] Cfr. F. J. SHEEN, Desde la Cruz, p. 16
[10] SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO, Las glorias de María, VI, 3. 5
(10bishttp://www.devocionario.com/textos/defectos_1.html#P1
[11] Mt 18, 1
[12] Mt 11, 19
[13] Jn 8, 11
[14] Card. J. H. NEWMAN, Sermón para el Domingo IV después de Epifanía.
[15] A. BANDERA, o. c., pp. 179-180
[16] Oración a la Virgen de Guadalupe, enero 1979
[17] San Josemaría, Camino, 498
[18] SAN BERNARDO, Homilía en la Natividad de la B. Virgen María, 7.
[19] Cfr. MISAS DE LA VIRGEN MARIA, o. C., n. 14. Prefacio de la Mísa Madre de la reconciliación.
[20] Francisco, Catequesis 12.10.13